ME FUI A TRABAJAR A EE.UU Y CUANDO REGRESE YA NO HABIA DINERO AHORRADO

 



Me fui a trabajar a Estados Unidos, dejando en mi país una cantidad de deudas y problemas, pero con la fe y la esperanza de que allá iba a poder pagar todo, construir un futuro para mí, para mis hijos y mi esposo, y que cuando volviera, me iba a encontrar con una vida con el sueño y la realidad. Porque son dos cosas diferentes: la realidad es lo que se vive, y lo que soñamos es lo que esperamos de eso.

Trabajé muchísimo tiempo y, cuando llegué, lo que había no era nada de lo que yo esperaba. ¿Quién me había robado? Mi esposo, mis hijos y la mamá de él. Empecemos porque, para irme, tuve que vender una papelería que yo tenía, una papelería que había construido con unas pequeñas ventas de las cosas por la muerte de mi mamá. Se vendieron las cosas de la casita donde ella habitaba, entonces nos dividimos entre las dos hermanas, y con lo que a mí me quedó, monté esta papelería y me compré una moto.

Vendo mi papelería, vendo mi moto y me voy. Mi esposo no podía salir del país conmigo porque él tenía antecedentes frente a las autoridades del país y no lo dejaban salir. Entonces, tomamos la decisión de que me fuera yo.

Me voy, llego a este país atravesando situaciones muy fuertes, humillaciones porque era migrante, malos tratos, incluso de autoridades del primer país al que llegué, que fue México. Nos tratan como si fuéramos lo peor. Creen que es un país maravilloso, divino, pero creen que uno tal vez está entrando al universo total, porque se creen los dueños del mundo, los dueños inclusive de Estados Unidos, y hacen unas acusaciones y unos ataques horribles. Empezando porque era colombiana, decían que los colombianos llevábamos cosas que no debíamos llevar o que íbamos a ese país a hacer cosas indebidas. Señalamientos y una cantidad de cosas, incluso intentos de abuso por parte de varios de esa entidad.

Pero logré pasar. Después de enfrentar todas esas adversidades, llegué a mi destino. Cuando llego a este lugar, la supuesta amiga que me iba a recibir, la que me había apoyado y me había dicho “haga esto de esta manera”, me dice que solamente me puede recibir una semana y que mire a ver qué hago.

Yo llegué en una temporada en la que nadie me había dicho que no había trabajo, porque era un frío increíble. Inclusive había sacrificado pasar esa fecha, que es Navidad, una fecha especial con mi familia, porque los vuelos y el paso estaban más baratos en ese momento.

Cuando se cumple la semana, en un clima de menos de dos grados, ella me saca a la calle. Me dice que no me puede tener, que a ella le gustaba recibir diferentes visitas de hombres y de sus novios, y que yo tenía que salir de esa casa.

Me voy. Me acuerdo que llegué a pedir refugio, que llegué a pedir ayuda en un refugio.Aquí tienes el texto con las comas, puntuación y estructura adecuada para hacerlo más claro y organizado:


Me acuerdo que llegué a pedir ayuda en un refugio que había para migrantes. Allí me recibieron y logré pasar la noche, pero también unas personas, migrantes de ese lugar, intentaron pasarse conmigo. Entonces me salgo de allí y, a las afueras de este sitio, había carpas. Pasé la segunda noche en una carpa y luego, buscando a Dios, logré internarme en una casa de una familia de mexicanos que me atendieron de una manera maravillosa.

Por eso digo que no todas las personas en el mundo son iguales: una cosa es la migración en México y otra muy diferente la calidad humana de las personas que tiene este país. Estas personas me recibieron y empecé a trabajar con ellos, haciendo los quehaceres de una casa. Me pagaban súper bien y tenían un horario conmigo. Me decían: "Mira, trabaja de 9 de la mañana a 3 de la tarde y ya quedas libre".

Ellos tenían unas bodegas donde empacaban productos naturales: para adelgazar, para el colesterol, colágeno, entre otros. Entonces les pido que si me pueden dar trabajo en ese lugar. Ellos me dicen que claro, y me voy a ayudar a empacar medicamentos. Todo lo que me ganaba lo enviaba a mi país, todo, todo, todo. Siempre le conté a mi esposo cada situación a la que yo me iba exponiendo y todo lo que iba pasando. Él me decía: "Mi amor, tranquila, si quiere véngase". Pero yo respondía: "No, yo tengo que salir adelante".

El fin es que duré en este país tres años y siempre enviaba el dinero. Le decía a mi esposo: "Ya completamos para el lote". Porque le dije: "Compremos un lote y luego vamos construyendo". Él me decía: "Sí, claro, ya el lote está pago". Yo había mandado para un lote de 20 millones en Colombia. El lote que él compró costó 6 millones. Pensé: "No pasa nada, quizá lo consiguió más barato". Pero nunca me lo dijo. Había un papel de compraventa y lo puso a nombre de los niños.

Después me dijo que había que hacer las bases, los cimientos para construir el primer piso, lo que costaría más o menos 40 millones. Empecé a trabajar fuerte para eso y le enviaba el dinero poco a poco. Se logró construir, o al menos eso creía. Él me enviaba fotos o se tomaba fotos con la fachada o con las espaldas en ladrillos y en cosas. Inclusive mis hijos, según mis cuentas y lo que hablaba con ellos, todo lo que había trabajado ya nos había permitido terminar una casa de cuatro pisos.

El primer piso estaba muy bien terminado, todo muy bonito. Luego me decía que el segundo y el tercer piso se iban a arrendar, y nosotros nos ubicaríamos en el cuarto piso para quedarnos con la azotea y allí hacer nuestras reuniones. Así era lo que yo había soñado.

Puse todo lo último en novedad en el cuarto piso para que me quedara maravilloso. Supuestamente, el lote que yo había enviado a comprar era en un sector donde yo antes tenía la papelería, donde nos había ido muy bien. Además, le mandé dinero para que en el primer piso no se arrendara, sino que pusiéramos una mega papelería. Hice toda la inversión para la papelería.

Le dije que ya iba a viajar y él me decía: "Mi amor, ¿para qué? Vente mejor el otro año, que es el grado de nuestra hija mayor". Yo le respondí: "No, ya quiero ir, los extraño". Había pasado mucho tiempo.

Nunca vi nada raro en mi esposo. Siempre me atendía las videollamadas, mis hijos estaban conmigo cuando los necesitaba. Si yo les decía: "Vayan de vacaciones a la costa", ellos iban. Si les decía: "Vayan al eje cafetero", lo hacían. Nunca tuve la mínima idea de que viajaban acompañados.

Cuando volví, llegué al aeropuerto esperando un recibimiento grande. Esperaba pancartas, globos, abrazos y muchos besos, porque él me había dicho que enviara dinero para los tiquetes, que querían ir a recogerme a Bogotá. Les envié el dinero.

Cuando llegué a Bogotá, no había nadie. Me dijeron que no habían podido ir porque la mamá de él estaba muy enferma y que nos veríamos en la ciudad a la que yo iba. Así fue.

Cuando llegué a esa ciudad, tampoco había nadie. Me dijeron otra vez que era porque la mamá seguía muy enferma. Me sentí mal y muy triste, pero pensé: "Debe estar la señora muy grave". Tomé un taxi y llegué a la dirección que ellos me habían dado.

Cuando llegué al barrio donde antes tenía la papelería, los vecinos me dijeron: "¿Cómo así, vecina? Ellos ya no viven acá hace rato. Ellos compraron en otro lugar". Me sorprendí. Había comprado en el lugar donde vivía la mamá de él.

Cuando llegué, el lugar estaba terrible, un moridero de verdad. El lote era al lado de la casa de la mamá, una parte que ella necesitaba para construir. Él había comprado y construido allí, no cuatro pisos, sino dos. El resto no existía porque el suelo no daba para más.

La casa de la mamá de él estaba súper arreglada, divina. Sí estaba la papelería, pero el barrio no tenía ni la vía pavimentada; era una invasión. Le pregunté: "¿Por qué esto? ¿Dónde está el resto de los pisos?". Y él respondió: "Le arreglé a mi mamá, si ella se muere, igual eso lo heredo yo, ¿cuál es el problema?".

Llegó muy picado, humillativo y odioso. Me dijo: "Usted es una egoísta, ¿qué se cree ahora que estaba por allá?". Lo peor fue ver cómo mis hijos se me enfrentaron. Me dijeron: "Mamá, si vino a atormentarnos, devuélvase a donde estaba. Aquí no venga a molestar".

No podía creerlo. La compraventa era inválida porque era una invasión. Con lágrimas en los ojos, tomé la decisión de vender lo poco que había. Por los dos pisos y la papelería me dieron 20 millones, cuando yo había mandado más de 300.

Tomé ese dinero, miré a mis hijos y con lágrimas los solté para siempre. Me devolví de donde nunca debí salir, a seguir trabajando por construir mis sueños. Esta familia mexicana volvió a recibirme, me apoyaron y me obsequiaron una parte de la tierra donde ellos viven para que construya algo allí.

Mis hijos me escriben, me dicen que soy una mala madre, que los olvidé, que soy lo peor. Me maldicen. Mi exsuegra murió y están en un conflicto legal por esa casa, pero yo ya no tengo nada que ver allí.

Cuando enfrenté mi realidad, tomé la decisión más dolorosa: aceptarla y soltarla. Ahora, soy la mala cuando me robaron en mi cara. Hay un dicho que dice: "Nadie sabe para quién trabaja". A mí me pasó.



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