EL HOMBRE AL QUE AMABA ME L4S.T1M0 Y SE CASÓ CON OTRA | Historia de una seguidora



 

No se imaginan lo que se siente ver que la persona que amas y que te lastimó tanto se está casando con otra y que lo ves feliz. El aprender a soltar es una de las cosas que más cuesta en la vida, y yo la viví porque era necia. Me negaba a creer que el hombre, el papá de mi hijo, no me pertenecía. Soporté tantas cosas por lo que yo creía que era amor; permití tanto maltrato físico y psicológico creyendo que era la manera en la que él me estaba formando como esposa.

El día que me embaracé de él, pensé: "Wow, lo conseguí, ahora sí, un hijo lo va a cambiar, ahora sí nuestro matrimonio va a funcionar". Pero no estaba, en realidad, haciendo otra cosa que hundiéndome sola en esa relación. No sé por qué hay personas que tienen la facilidad de que, un día están aquí, al otro día están allá y ya se enamoran; y esa persona es su vida, su todo. Y, por otro lado, hay otras, como yo, que duramos años para aprender a soltar, a volver a amar y a creer.

Esta es mi historia, y esto me pasó porque guardaba la esperanza y el optimismo en una relación que solo me causaba dolor. Cuando mi relación empezó con este hombre, él tenía malos hábitos en las relaciones. Venía de una relación tóxica, de la que había aprendido comportamientos y los empezó a aplicar conmigo. Fue una relación en la que a él le habían fallado y él había fallado, y, por eso, creía que todas las personas éramos iguales. Yo justificaba sus celos enfermizos, su indiferencia, su maltrato, con lo que a él le había pasado.

Decía: "No, él es así porque le pasó esto" y, a veces, justificamos el daño que nos hacen solo porque esa persona tuvo un dolor, y sentimos que debemos pagar por eso. Yo fui esa mujer y, todo el tiempo, estuve tratando de que mi relación se mantuviera. Me casé con este hombre, y fue el día de mi boda el día más feliz en ese momento de mi vida. Disfruté mi matrimonio, disfruté todo, mi noche de bodas, y como dos o tres meses en los que vivimos en paz total. Pero luego empezaron las diferencias.

Siempre me decían que "todos los matrimonios tienen problemas, ninguno es perfecto". Y sí, es cierto: ningún matrimonio es perfecto, ninguna relación lo es. Todos pasamos por dificultades, pero hasta qué punto se debe aguantar. ¿Hasta qué punto debía permitir que ese hombre me hiciera daño? Cuando le dije que estaba embarazada, él fue muy feliz por esa noticia, pero más feliz por él mismo, porque era papá. Fue feliz porque había cumplido un sueño: "Sí, puedo traer hijos, puedo concebir, soy un hombre completo".

Hubo mucho maltrato psicológico, pero yo lo tapaba, lo disimulaba con optimismo, con miedo y con esperanza, creyendo que mi matrimonio iba a crecer y que éramos los mejores. Cuando nació nuestro hijo, vi lo orgulloso que él estaba de ser papá y que ese era un momento de felicidad para él y su hijo. Yo nacía parte de eso, y me costó muchísimo entenderlo.

Después vino una traición, y me separé porque dije que no lo podía soportar. Pero él volvió, me pidió perdón, me dijo que me amaba, que se había equivocado, y lo perdoné por nuestro hijo y por mí, porque yo era feliz al lado de ese hombre. Pero después los problemas se volvieron más fuertes, porque mi desconfianza creció. Y entonces, yo era la culpable, por la forma en que hablaba, por la forma en que reclamaba, porque yo no había perdonado de corazón, porque no superaba las cosas. Y mi matrimonio llegó a un quiebre total.

Eso fue como el Titanic, se partió y se iba hundiendo, y yo no me daba cuenta de que lo que se estaba hundiendo arrastraba lo que yo trataba de mantener a flote. El peso de todo eso me estaba llevando, y llegué a un punto de mi relación en el que estaba en lo profundo del mar, ahogándome. Y el único salvavidas que había en esa relación, él lo había tomado. Y había salido a flote, que era nuestro hijo. Él se había aferrado tanto al amor de padre que, con eso, lograba mantenerse a flote en ese océano llamado hogar.

A todos nos gusta ir al mar, cierto, nos parece maravilloso. Pero, ¿quién le gusta el mar de noche? Y más, estar a la deriva en una oscuridad, expuestos a tantas cosas. Así éramos nosotros. Tomé la decisión de separarme cuando me quedaba como mi último aliento de vida. Y fui juzgada y condenada por todo el mundo, pero él aceptó, con peleas, justificándose en el fin de sus medios, pero diciendo que era por mi culpa. Nos separamos.

En un momento creí que me había equivocado. Pasaban noches enteras llorando en mi habitación porque lo amaba, y en realidad también estaba aceptando que el desapego es lo que más duele. Cuando tomé esta decisión, me enfrenté a tantas cosas a las que le tenía miedo: la soledad, la murmuración, la crítica, la economía, la duda... Preguntándome: "¿Será que tomé la mejor decisión? ¿Seré capaz?" El temor de verlo a él en brazos de otra persona.

Y llega el día en que él anuncia su matrimonio, seis meses después de que nos separáramos, y lo publica por todos lados, diciendo que se había enamorado, que por fin había encontrado al amor de su vida. ¿Qué necesidad de lastimar de esa manera? Y me dice que mi hijo era el pajecito de esa boda.

Cuando yo creí que había logrado salir, que ya estaba en la superficie, que estaba tocando tierra, que ya sabía que no me iba a ahogar, que estaba viendo que amanecía, él sale con esta bomba y yo vuelvo a quedar hundida. Mi hijo fue el pajecito de su boda, y vi cómo el hombre que yo amaba se entregaba a otra mujer. Ese día, de su boda, me dijo: "Por tu culpa, tú fuiste la que tomaste la decisión de separarte".

Ese día lo lloré, y volví a reclamarle al cielo, me reclamaba a mí misma, diciéndome que me había equivocado, que yo lo había empujado a los brazos de otra. Creí que era la mujer más bruta del mundo, y que ahora mi hijo iba a tener que ver a una madrastra. Esos fueron los golpes más fuertes que me di a mí misma: imaginarme a él haciéndole a esa mujer cosas que me podía haber hecho a mí. Imaginándome tantas cosas. Esa sobrepensadera me atacó. Porque así es el duelo de una separación.

Pero pude volver a salir, y respirar. Hoy, les puedo decir que, haber atravesado ese océano de la manera en que lo atravesé, me hizo aprender, tener experiencia, y darme cuenta de que no fue lo mejor del mundo, pero fue una muy buena decisión salir de allí antes de ahogarme. No sé cuántos matrimonios estén en este momento pasando por la misma situación. No es fácil, pero tampoco es imposible. Se puede. Y sé que pasarán muchos días grises, pero al final va a llegar un verano maravilloso.

Él ahora está en una relación con la persona con la que se casó, y tengo entendido que es muy feliz. Quizás, a veces no estamos con la persona que debemos, sino con la que elegimos en un momento de confusión. A veces estamos en una relación por una creencia religiosa, por nuestros padres, por darle gusto a nuestros hijos, pero al final, nos preguntamos: "¿Qué somos? ¿Para dónde vamos?"

Yo logré salir, y les cuento que caminar en tierra firme y secos es mejor.



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